martes, 12 de mayo de 2015

Sigamos con lo triste.

Mi publicación anterior habla sobre lo emo que son mis publicaciones anteriores a esta, y pienso: sí, son cosas tristes. ¿Y si sigo con ellas? 
No soy una persona depresiva ni negativa. Amo vivir, amo mi vida, me quiero y quiero a quienes me rodean, pero también tengo penas y también las amo, de cierta manera. Es justo que tengan su lugar y ¿qué mejor que un blog que no es anónimo, pero que absolutamente nadie lee? 
Así que sí. Seguiré con las cosas tristes porque no estoy de acuerdo con esconderlas. 

Random. Hoy estaba en una exposición que organizó la universidad a la cual asisto y, tristemente, me di cuenta de que nunca he visto a mis profesores-escritores reír. Ni una vez. Los he visto sonriendo, siempre un poco forzados, y los he visto emitiendo esas casi risas que son sólo aire expulsado de manera anormal, pero nunca los he visto reír. 
¿Por qué los escritores tienen este prejuicio por la felicidad, o al menos por la demostración de ésta? Quizás piensan que la felicidad es muy ordinaria, que es para ignorantes. ¡Pero no! no saben cuánto se equivocan. La felicidad viene acompañada de un impulso creativo muy distinto, y a la vez muy similar, al de la tristeza o de la nostalgia, igualmente válido. Es más, el proceso creativo de la felicidad es mucho más complejo. Porque es verdad, cuando uno está feliz no piensa en sentarse a escribir toda la tarde, la noche, la mañana, la tarde, la noche... sólo se piensa en hacer cosas, moverse, liberar la energía que acompaña a la felicidad y/o alegría, pero no es así, ambos casos son extremos. Cuando se está melancólico no siempre existe el impulso a estar escribiendo hasta morir, y cuando se está alegre no es inexistente el impulso de sentarse a escribir, evocar buenos momentos, pensar en la belleza de estar vivos y plasmar todo eso en el papel.
Y sí es complejo. 
La seriedad es más fácil.